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Niños jugando a ser dictadores: el profético retrato de Silicon Valley

Ángel Sánchez| 1 de febrero de 2021

 

El abusivo poder que han alcanzado los gigantes de Silicon Valley en la vida de las personas ha traspasado muchas fronteras. Las causas judiciales se agolpan, ya sea por monopolio (Apple o Google) o por vulnerar las normas sobre la protección de datos (Facebook). Pero quizás la línea clave se traspasó no hace mucho cuando se erigieron, cada una en su campo, patriarcas de la libertad de prensa.

Así, todo lo sucedido en los días posteriores al 6 de enero, cuando Twitter suspendió al que todavía era presidente Donald Trump, ha sido un peligroso precedente. Un aviso previo seguido por una desagradable secuencia de malas decisiones. Al día siguiente, Facebook también calló a Donald Trump, mientras se ejecutaba una cacería sobre muchos de sus compinches. El golpe final fue el ataque conjunto efectuado por los matones de Silicon Valley a la pequeña plataforma llamada Parler.

Una respuesta que quizás fuera ciertamente justificada, en mitad de un asalto histórico, pero que también estuvo marcada por la falta de coherencia y/o proporcionalidad. El fin nunca debe justificar los medios. Al fin y al cabo, mientras Trump junto a otras voces pertenecientes a la derecha se han acallado en las últimas semanas, como ha ocurrido recientemente con la cuenta de VOX, otros usuarios han sobrepasado con cierta asiduidad dichas normas. Es el caso, por ejemplo, del líder supremo de Irán, Ali Khamenei, o el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que no dudan en alabar abiertamente al terrorismo -el primero- o jactarse de los ‘narcotraficantes’ que ha matado personalmente -el segundo-.

Se trata de un golpe de autoridad, el silenciar al presidente de la mayor potencia del mundo, que nunca antes nadie se había atrevido a ejecutar en la tierra

LA PREDICCIÓN DE ORWELL SOBRE LA DICTADURA DE UNOS POCOS INTELECTUALES

Se trata de un golpe de autoridad, el silenciar al presidente de la mayor potencia del mundo, que nunca antes nadie se había atrevido a ejecutar en la tierra. También una advertencia del poder desorbitado que está en manos de un reducido grupo de directivos de Silicon Valley. Un aviso que, por otra parte, ya advirtió el profético George Orwell hace muchos años, que recientemente cumplió un nuevo aniversario. Y no, no fue con su novela de 1984, sino con su reseña de uno de los libros que cambiaron el Siglo XX. La obra Camino a la Servidumbre escrita por Friedich Hayek:

“El profesor Hayek probablemente también está en lo cierto cuando dice que en este país los intelectuales tienen una mentalidad más totalitaria que la gente común. Pero no ve, o no admitirá, que una vuelta a la libre competencia significa para las masas del pueblo una tiranía probablemente peor, porque es más irresponsable que aquella del Estado. El problema de la competencia es que alguien debe ganarla. El profesor Hayek niega que el capitalismo libre necesariamente conduzca al monopolio, pero en la práctica es ahí adonde ha llevado”.

Las palabras de Orwell resuenan tanto al principio como al final. El escritor, al igual que Hayek, aciertan de lleno al reconocer esa prepotencia dictatorial de aquellas mentes más ávidas. Una predisposición que empieza a atenazar a la sociedad más que nunca a través de las redes sociales. Por ello, muchas caras conocidas, poco sospechosas de ser tolerantes con la extrema derecha, saltaron enseguida.

Así, la canciller alemana, Angela Merkel, advirtió de que “las empresas privadas no deberían determinar las reglas de la libertad de expresión”. Mientras que el opositor ruso Alexei Navalny lo tachó como un “acto de censura inaceptable” y el máximo responsable de Twitter, Jack Dorsey, reconoció que era “un precedente peligroso”.

Las palabras de Trump que provocaron el cierre de su cuenta no se saltaban las normas constitucionales del país. Por su parte, las terribles declaraciones de Khamenei o Duterte atentan continuamente contra los derechos humanos

¿ENTREGARÁ SU PODER SILICON VALLEY?

El gran problema es que no se puede escapar fácilmente de esta difícil situación. En primer lugar, porque es muy difícil salir del redes sociales. Las palabras de Orwell vuelven a ser proféticas aquí. El capitalismo inició una serie de batallas empresariales que han ganado unas pocas tecnológicas. Y, ahora, es imposible escapar. Al fin y al cabo, es un espacio común donde cada persona desarrolla sus vínculos sociales o personales y no se puede renunciar así como así a ellos.

En segundo lugar, porque las cosas no parecen apaciguarse. Así, desde un lado del ámbito político se alude a que su mensaje se censura de forma indiscriminada y sin atender a criterios objetivos o legales. Los otros, sin embargo, aplauden ese silenciamiento a sus contrarios bajo la excusa de que utilizan información sesgada para incrementar la crispación. Además, las nuevas operaciones a través de bots y aprovechando los espacios huecos de los algoritmos son más eficaces. Pero en realidad ninguno lleva razón.

Por ejemplo, las palabras de Trump que provocaron el cierre de su cuenta no se saltaban las normas constitucionales del país. Por su parte, las terribles declaraciones de Khamenei o Duterte atentan continuamente contra los derechos humanos.

En definitiva, la pelea ahora está en discernir qué es y qué no es aceptable, provenga de donde provenga. Por ello, quizás la mejor solución es acatar los dictados estándares en materia de libertad de expresión. Pueden ser unos generales, propuestos dentro de la ONU, o más específicos por países. Pero ambos implicarían que esos pocos intelectuales sean capaces de entrar algo de su enorme poder. Una posibilidad un tanto incierta, como descubriese hace ya muchos años Orwell.

 

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