Skip to main content

Ramón Esquinas: soñar con el cine a fondo, incluso a las 51 primaveras

Alvaro Sanchez Leon| 28 de julio de 2020

Ramón Esquinas

Es uno de los actores de reparto más consolidados de la pantalla española. Nació en 1969 con la revolución interior dentro. Tras 24 años sobre las tablas y detrás de las cámaras, sigue esperando como un niño el tren de la oportunidad para encarnar personajes con chicha. En el viaje lento de un cine que no es América, él está sentado cerca de la locomotora con muchas ganas de timón. Y esa esperanza es el guion de una trayectoria uniforme que, probablemente, ha llegado el momento de explotar con sustancia.

Ramón Esquinas tiene 51 primaveras y un confinamiento. Lleva la mitad de su vida entre flashes, escenarios y rodajes. Entre el teatro, la televisión y el cine. Entre las aspiraciones de fondo y una carrera de vallas que no se ve en las alfombras rojas, pero que son la pura realidad.

Acabamos de verlo en la última temporada de El ministerio del tiempo. Y le hemos disfrutado en su rol de padre atormentado en Élite. Le hemos visto en Vis a vis, en Las chicas del cable, y en muchas producciones españolas de Netflix. De hecho, le hemos visto tanto que es un rostro conocido, empático, querido. Y seguramente le hemos dicho muchas veces en pantalla: Ramón, ¿cuándo nos vas a dar un protagonista como una catedral?

Pero eso no depende de él. ¡Será por ganas! Esquinas lleva casi unas bodas de plata siendo un actor de reparto contingente y en estos 24 años de trajín ha ido madurando como persona y como actor, se ha desnudado de los miedos, y ha florecido a los 50 con un deseo profundo de mutar en verdad. “Yo soy actor para contar historias, provocar sentimientos y tratar de que por mi boca salgan palabras hondas”.

Pero la vida de un actor de reparto es una montaña rusa, y hablamos de un profesional que tiene tatuadas en su piel las marcas de 40 audiovisuales versátiles, entre series y largometrajes.

La vida en el séptimo arte de Ramón Esquinas arrancó con miedo al éxito, avanzó con pudor a ser él mismo, y se ha ido consagrando con talento, tenacidad y una vocación como un templo que empezó a destilar cuando él tenía 5 años y era un niño de barrio en el Alcorcón de hace cuatro décadas largas. Todo empezó cuando a los 20 años descubrió que había vivido pendiente de lo que esperaban de él y que había llegado el momento de vivir pendiente de lo que le latía profundamente dentro.

 

 

Arranca la aventura

Entonces, dejó Económicas, cogió el petate y se fue a Londres, después a Estados Unidos, y renació en Berlín. Arrancó la danza interior moviéndose por los escenarios contemporáneos, combinó ese movimiento corporal con trabajos como modelo, hasta que decidió que lo suyo era ser actor y llamó a la puerta de Cristina Rota para convertirse en un artista dramático con la impresión de “haber empezado demasiado tarde, porque perdí mucho tiempo comiéndome la cabeza”.

Tímido, pero con ganas de lanzarse. Con talento, pero con reparo para exhibirlo. Una de cal y otra de arena, mientras el cronómetro de la vida laboral no daba treguas de segundos. El caso es que bailaba, cantaba e interpretaba bien en una escuela en la que andaban en las mismas Raúl Arévalo, Nathalie Poza, Fernando Tejero, Dani Martín, Marta Etura, Secun de la Rosa, Pilar Castro, Willy Toledo, Alberto San Juan, Juan Diego Botto, Ana Rayo, Carmen Ruiz, Estefanía de los Santos… Buen físico, buena madera, inglés, francés, alemán, esgrima, ímpetu creciente, alma en despegue.

En 2001 empezó a rodar más allá de todo lo aprendido en una escuela en la que sintió el espaldarazo. Y su primer reto fue un largo: Intacto, de Juan Carlos Fresnadillo. Después empezó a meterse en las casas andaluzas con sus 150 capítulos de Arrayán y desde entonces lleva más de 20 años siendo un actor habitual en las series de máxima audiencia: Aquí no hay quien viva (2005), Amistades peligrosas (2006), Hospital Central (2002-2006), El comisario (2004-2006)…

En 2008 sintió de manera especial qué significa que un personaje se adapte como un guante con su papel del capitán Lefleur en la serie autonómica Dos de mayo -“quizás uno de los trabajos que más he disfrutado”-, precisamente por esa simbiosis entre hombre, actor y personaje a la que supo sacar el néctar de una profesión construida con el sudor de su frente en una carrera hecha a mano.

Después vino el corto ¿Iguales? ¿2008), y series como La chica de ayer (2009), De repente, los Gómez (2009-2010), Hay alguien ahí (2010), Ángel o demonio (2011), Amar es para siempre (2011), Tierra de lobos (2011)…

Desde 2004, Esquinas ha tenido papeles todos los años, hasta ahora. Más de 16 años en tarima: mientras veía que compañeros con talento “desconectaban del cine, quizás por salud mental”. Mientras observaba que se mantenía como un fijo en el reparto, pero que no caían esas interpretaciones soñadas que le harían sentir el placer de darse hasta el fondo. Mientras, cuidaba lo que tenía, lustraba sus frases, y daba las gracias por seguir adelante sin tener que caer en la tentación de perder la dignidad.

En 2012 hizo el papelón de Isaac Bruc en La fuga, fue el doctor Collado en El secreto de Puente Viejo (2013) o Álvaro en El don de Alba (2013). En 2014 se marcó un hat trick de series en Víctor Ros, B&b, de boca en boca y Sin identidad. Y aquel mismo año estuvo dando vida a dos cortometrajes y una TV movie (Prim, el asesinato de la calle del Turco).

Ramón Esquinas acompaña al fenómeno de las series en estas dos décadas prodigiosas. En 2016 entró en Vis a Vis, luego en Pulsaciones (2017), El embarcadero (2019), y sus trabajos recién hechos en Las chicas del cable, Élite y El ministerio del tiempo. Entre tanto, fue el marido de Emma Suárez y padre de Maggie Civantos y Manuela Vellés en La influencia, una película de Denis Rovira que se estrenó el año pasado. Y suma, y sigue.

 

 

 

 

Calidad, más que cantidad

Pero Esquinas está en los esplendorosos 50 pidiendo más calidad que cantidad. Le encantaría rodar con Sorogoyen y sueña con personajes con empaque. En su viaje cinematográfico ha ido mutando en un hombre más seguro, más capaz, siempre con la obsesión de crecer por dentro y por fuera, sin dejar que la inercia sea el trávelin, por eso “sigo yendo a formarme y a recibir clases cuando puedo. No se me caen los anillos. Lo necesito para no envejecer lo que puedo dar”.

Se cuida. Se mima. Ama. La red de una pareja y muchos amigos ajenos al mundo del cine le ayudan a apoyarse en la vida real, relativizar los focos y seguir construyendo al Ramón que lleva dentro. Porque no quiere hundirse en el fango pantanoso de una industria cinematográfica donde tener muchos seguidores en las redes sociales se valora más que la experiencia. Esquinas ansía décadas de profesión en ejercicio en las que la carrera le brinde personajes con nombres y apellidos propios, que dejen impronta en las audiencias.

Hablamos de un maduro con gancho que ha trabajado con muchas y muchos de los que absorben primeros planos. De un actor que nació como un artista comprometido, que quiso transformar la sociedad detrás de las pantallas, y que se niega a dejarse llevar por las olas superficiales. Aunque sean muy pocos los que tienen el privilegio de elegir papeles con fundamento. “Todo depende de lo que quieras ser, lo que te dejen ser y lo que puedas ser”, y él no está dispuesto a tirar ninguna toalla, porque llegar hasta esta parada le ha costado muchas horas de trabajo para adaptarse a un mundo vertiginoso sin perderse en el camino.

Si miras a lo ojos de Ramón Esquinas ves el mar. Un mar sin orillas donde hubo complejos y ahora hay autoestima y conocimiento personal. Un mar azul donde ha habido muchas olas y alguna brisa. Un mar bravo donde ha habido tiburones y balsas. Si miras a los ojos de Esquinas ves una mirada de frente, de ganas de comerse el mundo en dosis digeribles, de personalidad cincelada.

Los ojos de este actor están en calma, pero en busca de chicha. Aventureros, libres, sin tabúes, abiertos a la hondura que ofrece el cine al club de las actrices y actores selectos. Parpadean para repeler los flashes de lo efímero y los oropeles de la vida-ficción. Brillan ante la posibilidad de oportunidades grandes que le permitan testar que ser actor no fue solo una apuesta arriesgada, sino que electrifica un cuerpo tallado y una cabeza perfilada para andar cada paso de este arte en primerísimo primer plano.

Una frente surcada de reflexiones honestas. Unas manos que acarician el futuro, se desprenden del vacío del pasado, y quieren gozar del presente tocando personajes de verdad. Unos pies que querrían correr, pero condenados a caminar demasiado despacio para lo que dicta el corazón.

 

 

Cámara lenta, paso seguro

Mientras, en su película del cine, él tiene la impresión de que “todo va muy lento”, le hemos visto de aristócrata, de rico “y de cabrón” a quien realmente está a gusto entre los barrios de nuestras calles. Da en pantalla ese perfil de padre afectuoso a quien cogerle la mano y seguir adelante por la compleja vida real, con un algo paternal que engancha y enganchará todavía más a muchos directores. Seguramente estos curtidos 50 le abrirán las puertas al largometraje que Netflix le ha consagrado. Él sueña con esos créditos en filmes de Sorogoyen, de Medem, de Coixet. Él sueña con un hueco en películas como La trinchera infinita, Ventajas de viajar en tren, Intemperie, “porque, ahora, lo que me pone cachondo es meterme en personajes y tramas con harina, en historias a las que hincarles el diente y asimilarlas con madurez. Quiero que este cuerpo sienta qué significa mutar en personajes a los que quiero darles la semilla de la vida”.

Esquinas contempla con satisfacción al Ramón que proyecta hoy el espejo. Entre ratos de yoga y momentos de pesas, desfoga su potencia contemplando lo que disfrutó al trabajar con Emma Suárez o Cecilia Roth. Lo que aprendió de Ana Torrent en Los simuladores, o de Alicia Hermida en El arte de la entrevista. Lo que creció con Hugo Silva y Nacho Fresneda en El ministerio del tiempo. Lo que se río con William MillerLuis Valencia– en el Dos de mayo. Lo que disfrutó con Ernesto Alterio o Gustavo Salmerón.

En el espejo de 2020, con las canas de la autenticidad y la plasticidad de un espíritu joven, ve aquel punto de inflexión que le permitió dejar de vivir a la defensiva. Aquel nudo del guion de su vida en el que desterró el narcisismo, empoderó su autoestima y se hizo un hombre consciente. Ya no hay miedo para mirar para atrás ni el más mínimo vértigo para mirar al futuro. Desmitificador con pies de barrio. Estable en un universo entre bambalinas.

Si se congela una imagen real de Ramón Esquinas, verán que esos ojos que reflejan mar están pensando en cielos posibles de cine sin derivas. Ahí sigue él remando lo que haga falta, con metraje, sin metralla, surcando por el plató con los delirios realistas de un arte que hace grande al que es fiel a sus esencias, pase lo que pase, pase el tiempo al ritmo que pase. De profesión: actor. De talante: aviador. De coraje: marinero. Al desnudo: un señor que despierta su segunda juventud.

 

 

Por Álvaro Sánchez León

Fotos: Jesús Romero

OTROS ARTÍCULOS DE ESTE AUTOR
NOTICIAS RELACIONADAS

Suscríbete ahora

LO MÁS DESTACADO