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Pérez-Reverte: «Mi intención es que el lector se olvide del bando en el que lucha cada personaje»

Miguel Angel Gomez| 21 de diciembre de 2020

El pasado mes de octubre, el Hotel Palace de Madrid acogió la presentación de Línea de Fuego, última obra de Arturo Pérez-Reverte, autor de cuarenta y una que son leídas en el mismo número de países. Pérez-Reverte, nacido en Cartagena, pasó 21 años cubriendo conflictos internacionales como reportero bélico, y desde 1994 se hizo un escritor profesional que navega cuando no escribe. Con una capacidad de trabajo arrolladora, ocupa el sillón de la letra T en la Real Academia y opina de la actualidad a través de una columna periodística semanal.

Tiene más de veinte millones de lectores en todo el mundo, dos millones trescientos mil seguidores en Twitter y muchas de sus obras se han llevado al cine y la televisión. Las novelas históricas de Pérez-Reverte han atravesado desde la Edad Media hasta el siglo XX, pero hasta ahora solo habían tratado tangencialmente la guerra civil española, a la que dedicó un ensayo divulgativo en 2015 con el propósito de que los jóvenes no la olvidaran y aprendieran de los errores de sus antepasados.

En Línea de Fuego, Pérez-Reverte incorpora ese contexto histórico a su acervo narrativo tejiendo un entramado con voces de combatientes de ambos bandos para acercarnos a los diversos protagonistas de una batalla del Ebro imaginaria pero con personajes muy vívidos.

Es consciente de que esta novela recibirá críticas de uno y otro extremo, de que su afán de ecuanimidad y de poner el acento en la humanidad de todos quienes participaron en ella no gustará a los maniqueos, y así empieza a comprobarse en algunas reseñas que van saliendo sobre el libro, al que ya acusan de no tomar partido por uno de los bandos.

Mi intención es que en la página 100 el lector se olvide del bando en el que lucha cada personaje

 

“A los que utilizan irresponsablemente la guerra civil, tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda, no les gustará, pero recibir críticas de esos extremos me produce hasta cierto retorcido placer” -dijo en la rueda de prensa matutina-. Y añade que no se considera “de lágrima fácil. Como saben quienes me conocen, soy más bien duro, pero leyendo documentos de la guerra me he conmovido, porque esos niños de 17 años a los que acompañaba su madre a filas con un bocadillo envuelto en papel de periódico, que se ponían un pantalón largo por primera vez, eran como los niños salvadoreños o angoleños que yo he visto en las guerras que cubrí. ¿Cómo no te vas a emocionar, y qué más da si eran falangistas o comunistas? Mi intención es que en la página 100 el lector se olvide del bando en el que lucha cada personaje”.

¿Las generaciones actuales saben lo suficiente de la Guerra Civil?
No la conocen en absoluto. Es más, la están conociendo a través de un discurso ideológicamente muy viciado tanto de derechas como de izquierdas, y eso es malo. Este libro no pretende cambiar eso porque yo no pretendo educar a nadie, pero sí quiero acercar al lector de ahora lo que se ha perdido, que es justamente lo humano. Los testigos directos de la guerra civil, los que la sufrieron en el frente, ya no están. Su testimonio ha desaparecido, ya solo queda la ideología, y esas ideas sin el testimonio humano que las temple son muy peligrosas. Ahora cualquiera puede apropiarse del discurso de la guerra civil de una manera irresponsable, sesgada o incluso malvada. Quiero al menos devolver a esta contienda su aspecto humano, recordar que no fue una lucha de ideas sino de personas y que nos afecta directamente porque eran nuestros padres y nuestros abuelos.

¿Qué le llevó a buscar esa aproximación personificada al conflicto?
Que yo he hecho conflictos. Me pasé como reportero 21 años en países en guerra e hice 18 guerras de las que 7 eran civiles. En Angola, Mozambique, El Salvador, Nicaragua, los Balcanes… Yo sé lo que es una guerra civil. La he vivido, la he olido, la he sentido, la tengo en mi memoria. Por eso tengo un capital personal útil para contar esta historia. Además leo mucho, tengo una buena biblioteca y he leído todo lo que se puede leer sobre la guerra civil, libros de memorias, novelas. Pero hay una tercera parte y es que conozco la guerra de una manera personal porque me la han contado. Mi padre la hizo, mis tíos, mi tío abuelo, mi suegro. He tenido esos relatos personales de la guerra contada de primera mano.

¿Tiene algo en común la crispación política y mediática que vivimos hoy con la que provocó nuestra contienda?
Tiene en común el componente de vileza, de rencor, de no dar al enemigo ningún beneficio de la duda. Negar cualquier virtud al enemigo es muy español, antes y ahora. Pero hay grandes diferencias. El español de entonces era materia abonada para una guerra civil, el de ahora no lo es tanto. En aquel momento había una Europa atenazada por los fascismos y los comunismos, una España analfabeta muy empobrecida, con grandes injusticias y grandes trastornos sociales que ahora no se dan igual.

¿Hay fascistas que se hacen llamar antifascistas?
El fascismo no existe ahora y cuando alguien llama fascista a otro no sabe lo que está diciendo. El fascismo es un movimiento político de los años treinta y cuarenta que estremeció a Europa, que en España nos llevó donde nos llevó, o en Italia, pero ahora no existe. Otra cosa es que se utilice la palabra para calificar a grupos de derecha, pero es incorrecto. Sí que hay fascistas temperamentales, que actúan como fascistas. Existen espíritus fascistas pero no fascismo como tal.

¿Alguna que le hubiera gustado cubrir a Arturo Pérez-Reverte?
No, ya cubrí suficientes para estar satisfecho. Quizá la Guerra Mundial, porque estaba muy claro quién era el malo. En las de ahora ya no está tan claro quién es el malo.

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