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El movimiento ‘slow’ renueva su influencia

Juan Carlos de Laiglesia| 28 de enero de 2021

De la misma forma que la pandemia ha revolucionado todo sistema conocido, podemos usar este paréntesis involuntario que ha detenido tantas cosas para analizar si el mundo que nos rodea y nuestra actitud hacia él llevan el ritmo adecuado. ¿Hay una manera de vivir y organizarnos más razonable y satisfactoria que la actual? Analizamos la corriente cultural del movimiento slow.

Al despertar, ¿qué hacemos primero? ¿miramos por la ventana para comprobar el clima?, ¿hacemos flexiones para equilibrar nuestra circulación?, ¿respiramos un rato sin pensar en nada para ajustarnos al reloj biológico? Probablemente nos despierte la alarma del teléfono, y desde ese momento nos abduce ese aparato donde ‘esperan’ algunos e-mails comerciales, recordatorios de la actividad en Facebook de personas a las que llevamos años sin ver, avisos de nuestra plataforma de vídeos y algún WhatsApp intrascendente de un grupo que olvidamos abandonar. ¡Saludable amanecer! Ya hemos perdido unos cuantos minutos de vida y la herramienta empieza su jornada dominando al individuo. Creemos que, de no ‘conectarnos’ inmediatamente, nos perderemos algo porque vivimos nuestras vidas con acelerada ansiedad.

La meditación, que requiere demorarse y es la antítesis de la aceleración, ha cobrado importancia en el año de la pandemia para aliviar la ansiedad

 

¿Por qué tenemos tanta prisa?

Se nos ha ido colando en la mente un concepto equivocado del tiempo. Desde que Benjamin Franklin y su lema “El tiempo es oro” inauguraron el utilitarismo productivo del tiempo en la era industrial y se empezó a pagar a los trabajadores por horas en lugar de por lo que producían, el tiempo se convirtió en una medida de valor que perdió su esencia natural.

Tres siglos más tarde nos hallamos en una ‘sociedad del cansancio’ donde el imperativo del rendimiento fuerza cada vez a rendir más y nunca se alcanza un punto de reposo gratificante. Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, “La hiperactividad y la histeria del trabajo y la producción hacen que el sujeto viva con una permanente sensación de carencia y de culpa, compite contra sí mismo y trata de superarse hasta que se derrumba y sufre el colapso psíquico conocido como burnout o síndrome del trabajador quemado”.

La aceleración de nuestro sistema económico y social comenzó con el maquinismo, en las fábricas, pero hoy extiende su estrés a toda una sociedad globalizada e individualista, sumida en una velocidad que no conduce a un objetivo claro. Frente a la realidad del siglo XX, definida por verdades últimas y fundamentos fijos, el siglo XXI se caracteriza por la incertidumbre, la vulnerabilidad y la caída de los relatos vertebradores que antes nos explicaban las realidades políticas, sociológicas y psicológicas. Es lo que Zygmunt Bauman llama “modernidad líquida”: vida líquida, amor líquido, cultura líquida…

Aceleración y ausencia de referencias van de la mano, y no se trata de poner en duda la utilidad de la comunicación digital sino de vigilar que no sustituya a la real.

¿Sabemos adónde queremos llegar?

Nuestra dificultad actual para demorarnos tiene un origen trágico, ya que simula que la velocidad evita la muerte, y en realidad conduce a la frustración de ‘no vivir’ sino en función del standard productivo que nos impongamos y de hacerlo además en esos ‘no-lugares’ que son los espacios virtuales. Según Bauman, al sustituir el contacto cara a cara por el de ‘pantalla a pantalla’ donde solo se conectan las superficies y no las personas, la profundidad y durabilidad de los vínculos humanos se resiente gravemente.

La meditación y la espiritualidad, que requieren demorarse y son antítesis de la aceleración, han recobrado un papel importante para mitigar la ansiedad en el año de la pandemia. Es conocido que las filosofías orientales (un término insuficiente para abarcar varias tradiciones milenarias diversas) hacen hincapié en el silencio, la meditación y los ritos, tres aspectos muy alejados del frenesí productivo. Tanto el auge de la práctica del yoga en Occidente como las técnicas tántricas que descubren el lado espiritual del sexo buscan esa ‘reunión’ del cuerpo con la mente.

El silencio en esta época de estridencia emocional e informativa se convierte en algo valioso porque el aislamiento que nos impone la situación actual choca con emociones que no podemos manifestar y con pensamientos sombríos que provocan desasosiego. El historiador Alain Corbin señala que “Hoy en día es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua”. Porque el reposo y el silencio, para Byung-Chul Han, “no tienen cabida en la red digital, cuya estructura corresponde a una atención plana. Silencio y reposo presuponen un orden vertical y la comunicación digital es horizontal. En ella no sobresale nada. No es intensiva sino extensiva, lo que hace que aumente el ruido de la comunicación. Tampoco podemos guardar silencio porque estamos sometidos a la presión para comunicar, a la presión por producir”.

El movimiento slow plantea otro futuro

La reflexión sobre la lentitud, que no tiene relación con la vagancia o el abandono sino con una vida más consciente y fructífera, alcanza a la psicología, el aprendizaje, las costumbres, la espiritualidad y también a la política o la economía. Como dice el filósofo Nuccio Ordine en un reciente artículo, una pregunta de Séneca “resulta provocadora y profética hoy, en una época donde la rapidez y el utilitarismo han transformado el tiempo en dinero y nuestra vida en una loca carrera dominada por la dictadura de la productividad: ‘¿No te avergüenzas de dedicar a la sabiduría solo el tiempo que no puede utilizarse para nada más?’. Ordine señala que, en las universidades, los estudiantes han dejado de ser jóvenes que se forman en el conocimiento para convertirse en clientes que acuden en busca del diploma que allí expenden para poder integrarse en el mundo laboral.

 

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