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Cristóbal Martín: sus manos descubren otras realidades

Juan Carlos de Laiglesia| 8 de enero de 2021

 

Capta los misterios de la naturaleza y los procesa en su interior como un alquimista para devolverlos convertidos en flores, caballos o tortugas de bronce. Relieves y esculturas de todo tamaño que transmiten el don que Cristóbal Martín posee en las manos. Escarba también en la matemática secreta del universo con estructuras geométricas de bellos colores. Cristóbal es escultor autodidacta. “Me licencié en Derecho pero nunca ejercí. El Boletín Oficial del Estado me produce alergia y el Aranzadi aún más, pero estoy agradecido a esa etapa de estudiante porque entonces conocí a muchos de mis mejores amigos”.

Se recuerda dibujando desde muy pequeño. En el colegio hacía caricaturas del profesor, de los compañeros, diseñaba aparatos imposibles… y en la Facultad igual. Mientras le propinaban una lección de derecho Administrativo, él bocetaba cataratas y montañas. Su auténtica academia fue el Museo del Prado.

«Le estoy muy agradecido porque allí he aprendido y sigo aprendiendo. Muchos de los que están ahí pintados, un príncipe con los correajes y su perrito al lado, están más vivos que quienes miran los cuadros. Velázquez era un mago. Cuando quería pintar cuero no mojaba en óleo sino en cuero, y también mojaba el pincel en metal, y en pelo de perro, en el ojo de una persona… ¡Es increíble! ¡Un pincel que se moja en un ojo y pinta un ojo! Como yo no hice Bellas Artes, mis maestros han sido El Bosco, Durero, Velázquez, Goya… ahí, en el Prado, en vivo y en directo”.

 

Fascinado con la realidad, toda la vida he buscado intensificarla y trasladar a los demás lo que experimento en esa visión

 

Más artesano que vanguardista

En los años ochenta de la Movida Madrileña se lanzó a vivir del arte. Y lo ha conseguido. Hoy lleva veinte años alejado del ruido. En La Vera, Sierra de Gredos, junto al Almanzor, “una masa enorme y majestuosa, un pliego gigantesco de roca en contacto con el cielo. Aquí tengo mi estudio. Esa pureza y la conexión con la naturaleza te aparta del mundo artificial. Aquí -dice desde su jardín- no hay casi nada creado por humanos: las piedras amontonadas que son mi casa, el tejado de madera… lo mínimo, y cuanto menos tocado esté, mejor. En la ciudad todo está tocado. Si vas a Madrid solo quedan en El Retiro y en la Casa de Campo algunos arbolitos como pulmones de seres vivos que desean entrar en relación con nosotros y que nosotros entremos en relación con ellos”.

Formó parte del primer núcleo de artistas reunidos en torno a la movidista Galería Moriarty y su destreza artesanal le deparó después una carrera sólida y estable pero alejada de canales llamativos. Ha hecho grandes exposiciones en Casa Árabe, en Ansorena, y se puede encontrar su huella lo mismo en las puertas de un acuario que en una plaza o en una balaustrada. Ha manifestado alguna vez que se considera un artesano de la tradición y se identifica más con “los anónimos que hacían la sillería del coro de una catedral gótica o los que llenaban las portadas románicas de dragones, uvas y zorros, que con un vanguardista rompedor”.

“El artista tiene la misión de hacer más visible lo invisible, y así he tratado de hacerlo. Lo que me llamó a ser dibujante, escultor y amante del arte fue querer dar a ver lo que no se ve dentro de la realidad, amplificarla. Cuando un pintor pinta una flor con tanto cariño y tanta intensidad, te hace ver las flores de otra manera porque los artistas ampliamos la visión de la realidad yendo a lo más profundo. ‘Artista’ es el nombre que se daba también a los alquimistas. En los textos sánscritos, ‘arte’ se relaciona con el orden universal. Se trata de poner en orden la visión y el interior para que lo que ves se refleje preciosamente y ordenadamente en tu interior. Una de las maravillas que nos ha dado la existencia es la capacidad de poner imágenes a lo real. Que no tiene que ver con la fantasía. Imaginar no es fantasear, sino profundizar”.

“Esa ha sido mi búsqueda toda la vida: fascinado con la realidad, uno quiere intensificar y trasladar a los demás la visión que uno experimenta”. Esa búsqueda le ha llevado a vivir etapas de una creación compulsiva de objetos. Tantos que se autodenominaba ‘creador de escombros’ por la profusión de ellos que generaba a su alrededor, sobre todo durante la fundición de sus obras en bronce. “Me gustan los materiales que mejor se adaptan y provocan las formas. Arcilla, barro, la cera -un material primitivo que usaban los griegos-, de los que he aprendido mucho y de los que me considero heredero. A veces, la propia madera o piedra con que trabajas te provoca la idea. Otras veces, la idea pende y tú la llevas a la forma modelando”.

 

Devoción por los animales

Quienes le visitan en su retiro extremeño se hacen lenguas de su deporte predilecto: tirar con arco montado a caballo. La vitalidad del mundo animal que Cristóbal reproduce con delicadeza y precisión es esencial en su aportación artística y las figuras zoológicas constituyeron el grueso de sus primeros trabajos. “Desde niño estuve fascinado con el tigre, el elefante, el mono, la araña… he sentido una gran devoción por los animales. Tuve la suerte de conocer el Circo Price que estaba en la Plaza del Rey de Madrid, donde ahora está el Ministerio de Cultura. Allí había un circo maravilloso cuando yo era pequeño y acceder a ese lugar que olía a orín de tigre y a ambientador era una experiencia mágica. Todo forrado de rojo, dorado, cobre, aquellas escaleras… una maravilla de espacio con el círculo en medio. ¡Ibas a asistir a una ceremonia en un círculo!

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Foto de portada: Iñigo Echenike

Fotos de las obras: Archivo de Cristóbal Martín

 

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