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Ángela Navarro, nunca digas que lo has hecho todo

Coche Echarren| 27 de mayo de 2021

Un mito ya. La persona que hay detrás de las peluquerías Ángela Navarro prepara su biografía porque lo que ha visto, vivido y protagonizado es mítico.

De entrada, su historia sirve para describir los cambios sociales enormes de los últimos 60 años. A veces, cuando se habla de feminismo, se olvida que hace muy poco las leyes defendían una desigualdad flagrante. Por otro lado, esta biografía serviría para mirar con lupa lo que ocurría en la parte trasera de la movida de los 80 y para conocer de cerca cómo muchos de los directores de cine, actores y diseñadores de moda más importantes de nuestro país vivieron sus inicios.

Cómo España pasó de ser un país paleto a referente creativo. Y, desde luego, este libro nos ayudaría a conocer mejor y de cerca a una mujer increíble con una historia sorprendente. Su labor para facilitar la vida, a través de la estética, a los enfermos de cáncer, la ha hecho única. En ese sentido, no solo en nuestro país, sino en el mundo, hay un antes y un después de Ángela Navarro. Ahora que se jubila y que delega en sus dos hijas 60 años de formación, aprendizaje e inversión, es el momento para reunirse con ella y escucharla.

 

¿Cómo recuerdas tus inicios?

Caóticos cien por cien. Conseguí una beca de peluquería con 14 años en una época en que no había becas. Me ocurrió que después de ir de peluquería en peluquería, ofreciéndome como aprendiza (a escondidas de mi padre), alguien que se apiadó de mi apariencia infantil me mandó al Instituto Parisienne. Ahí me presenté y, tras pasar una prueba peinando a una modelo, fui admitida como alumna. Eso sí, en cuanto me informaron del precio y supe que había que pagar, les dije que yo no podía. El señor que me había hecho la prueba salió detrás de mí, me alcanzó y me invitó a volver al día siguiente para un nuevo examen. Eso hice y al terminar me dijeron algo insólito, que estaba admitida con una beca de dos años.

«Un día en el Instituto, una amiga me dijo ‘ven a una película que necesitan peluqueros’. Allí aparecí y me escogieron. Era La caída del imperio romano y ahí conocí a Sofía Loren»

Las becas no existían y este señor hizo conmigo algo especial porque le caí en gracia. Estudié el primer año en Madrid, pero
mi padre me prohibió cursar el segundo, que era en París. En cualquier caso aprendí muchísimo y me convertí en algo que me impulsó durante largo tiempo: en una artista del cardado. Para mi padre tener una hija peluquera era un horror y… mira tú por donde que no solo lo soy yo, sino todas mis hermanas. ¡Pobrecito, cinco peluqueras! Y menos mal que no le hice caso porque mi trabajo me ha dado tanta felicidad…

 

Bea Guerrero, directora digital; Ángela Navarro y Ana Guerrero, directora de salón. Las dos son sus hijas y directivas de la empresa familiar

¿Y cómo te introdujiste en el mundo del cine?

Un día en el Instituto Parisienne, una amiga me dijo “hay una película y necesitan peluqueros”. Fui al casting y me escogieron. Era La caída del imperio romano y ahí conocí a Sofía Loren. Ese fue mi primer contacto con las pelucas. Teníamos que trabajar con ellas para ponérselas a los extras. No me interesaron mucho en ese momento.

 

¿Cuándo empezaron a interesarte?

Bueno, no tardé mucho. La primera peluca que hice fue para La gata sobre el tejado de zinc, con Carmen Elías, y gracias a ese dinero me compré mi primera televisión. Luego he pasado épocas de hacer 95 desfiles al año y se hacían siempre con pelucas. De esto tengo un recuerdo muy especial: a Jesús del Pozo le puse como condición, cuando me encargó el trabajo en su último desfile, que todas las modelos salieran al final con sus pelucas en la mano.

 

¿Cómo empezaste en oncología?

Cuando Ana Muñoz, periodista de ABC -con la que tenía relación porque trabajaba mucho en Cibeles-, tuvo cáncer, le pidió a mi hermana Pepa que recuperara su imagen para poder seguir trabajando. Ella fue la que dio luz a este proyecto: todo el mundo le preguntaba que por qué a ella no se le había caído el pelo. Me pidieron que diera un taller en la Asociación Española Contra el Cáncer para enfermos de extrarradio, de nivel social bajo. Habló la periodista, habló una psicóloga y otros especialistas y cuando acabaron… Ana se quitó la peluca ante todos. Mi teléfono no paró de sonar en las siguientes semanas. Y empezó el caos: seguía con la moda, tenía clientas como Bibiana Fernández y otras que venían a lo mejor de un pueblo perdido de Toledo…

Pedí ayuda a un amigo y abrí un local. Y a partir de ahí no paré. Aún me quedaba mucho por aprender en cuanto a oncología porque había que encontrar materiales que no dañaran sus pieles delicadas. Trabajé sin descanso y algo después creé pelucas que han hecho ganar mucho dinero a otros. Es cierto que nunca he sido buena para lo económico, así que entregué lo que sabía, desinteresadamente, en una reunión de especialistas en Düsseldorff. Probablemente fui tonta, pero sí es verdad que me siento orgullosa de estar detrás de una creación que ha ayudado a mucha gente.

 

¿Es importante la estética cuando se está en un proceso así?

Lo es. Ahora mismo, por ejemplo, recuerdo a un cliente que tuve de veintitantos años. Cuando me puse a trabajar con él vi que se le caían las lágrimas. Era muy guapo y muy joven y no era el pelo lo que más le importaba, sino las cejas y la barba. Y te diré que he tenido empresarios y empresarias que han retrasado sus reuniones hasta que he terminado de arreglar su imagen. Sí, el deterioro afecta e importa a todo el mundo.

 

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Fotos: Jorge Pintado

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